ANTROPLOGIA Cristiana
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   La ciencia de la Antropología tiene como objeto al hombre en cuanto ser vivo, original, inteligente, libre y espiri­tual. No es una forma de Biología o de Sociología que explora el proceso evolu­tivo de un mamí­fero superior, sino un estudio sistemático de la singularidad y origina­lidad de este ser que piensa y es libre, es social y no sólo grega­rio, tiene capacidad de opción, es muy diferen­te de un ani­mal per­fecto.
   Como ciencia, es decisiva para el catequista y para quien se dedica a servir a los hombres. Por eso interesa que el mensa­je cris­tiano esté presente en su terreno para que la in­vesti­gación de los cien­tíficos, sobre todo en nuestros días en los que tan influ­yentes son las conclusio­nes experi­men­ta­les y las inves­tiga­cio­nes biométricas, aporte luz y no genere estor­bos ideológicos o metodológicos.
   Los cristia­nos deben poseer una vi­sión conveniente del hombre, para impedir en lo posible con­clusiones precipita­das o tendenciosas desde los datos estadísticos o arqueológicos o desde los expe­ri­mentos biológicos o socioló­gicos que son los lenguajes de la Antropología.
   Se corre el peligro de pensar que la ciencia no tiene nada que ver con la religión. Sin embargo sus interinfluencias son inevitables. Por eso el catequista debe estar formado adecuadamente, para que pueda ilustrar y orientar al cre­yen­te en todo lo relacionado con el hombre y con sus entornos. La relación entre "catequesis" y los terrenos científi­cos tiene más impor­tancia de lo que a simple vista  puede parecer.
   Por eso la Antropología en clave cris­tiana es decisiva para aportar a todos los quieran recibirla una visión de la vida, de la historia, de la persona, desde la óptica de la espiritua­lidad huma­na. Ello permitirá pre­venir teo­rías erró­neas y, sobre todo, no contami­nar a los ingenuos con ellas.
   ¡Cuántos problemas éticos y cuántas desviaciones, incluso aberraciones, se hubieran evitado para las personas y para las sociedades, si se hubieran clarificado a tiempo postulados antropo­lógicos adecuados sobre la libertad, sobre la igualdad de los sexos, sobre homosexuali­dad, sobre la dignidad de los no naci­dos, sobre la igualdad de las razas, sobre la dignidad de la mujer, sobre la estructura de la inteligencia o de la libertad, por citar algunos campos en los surgieron conflictos a lo largo de la Historia reciente!
   Hay aspectos a los que no puede llegar la sola Antropología experimental o ar­queológica. Y hay criterios a los que tampoco puede acce­der la Antropología más filosófica o inclu­so histórica. Sin una visión clara, todo lo referente al origen del hombre, de la vida, de la sociedad, de la autori­dad, queda oscurecido.
   Y mal servicio educativo es reducir al orden de la mitología (fanta­sía) lo que no se puede explicar con lenguajes sólidos y objetivos de la ciencia.

   1. Unidad del género humano

   Todo el género humano procede de una sola pareja humana, según el pen­samiento cristiano. Por lo tanto, todos los hombres son iguales por su naturale­za, aunque resulten diferentes por su raza, sexo, edad, ambiente, cultura o posición social.
   La visión antropológica, sin embargo, se detiene en interpretar en clave cientí­fica ese principio religioso o filosófico.
   Hablar de la misma pareja como algo físico: dos seres vivos y personales, una mujer y un varón no es lo mismo que asumir una posible interpretación menos física de los protoparentes. Asumir una identidad de as­cen­dencia, de tronco, de liga­zón humana, que vincule a los seres hechos inteligentes en determi­nado momento de su evolu­ción de especie, supo­ne otro planteamiento.

   La Antropología dirá si esto es posible científicamente. La religión determinará si esto es compatible con determinados principios éticos o creencias trascendentes.

   1.1. Unidad y poligenismo

   En ocasiones se ha sostenido la exis­tencia de seres protointeligentes o prehumanos, los preadamitas que dijo por primera vez el calvinista Isaac de La Peyrére, en 1655. También se han multi­plicado los argumentos de los naturalistas modernos, que enseñan que las dis­tintas razas humanas se derivan de varios troncos independientes (poligenis­mo), lo cual pondría en duda la tradicional pos­tura cristiana que los vincula a todos a la pri­mera pareja de hombres: Adán y Eva, protoparentes de todos los demás (monogenismo).
   La polémica entre poligenismo y mo­nogenismo se ha convertido en típica en el terreno antropológico. En lenguaje cristiano, es preciso recordar que la doctrina de la unidad del género humano no es dogma de fe, pero es base nece­saria de los dogmas del peca­do original y, en parte, de la redención del hombre.
   La encíclica Humani Generis, de Pío XII el 12 de Agosto de 1950, rechazó el poligenismo por considerarlo incompati­ble con la doc­trina cristiana revelada acerca del pecado original. (Denz. 2328), por "no  verse con ella cómo puede soste­nerse la realidad del pecado origi­nal, cometido por un solo hombre, Adán, y transmitido por generación a todos los demás".
   Con todo, su rechazo del poligenismo no es frontal o directo, sino lateral y condicional. Es condicional, pues nada impide asumirlo, si se salva la realidad del pecado original.

   1.2. Antropología y Biblia

   El argumento bíblico de la unidad humana está expresado en el lenguaje mitológico del Paraíso y de la creación del hombre. Pero es bueno recordar que, con toda evidencia, es lenguaje mítico y no histórico o científico. Y debe ser inter­pretado con más profundidad que la simple defensa a ultranza de lenguaje narrativo y descriptivo propio de la histo­ria bíblica.
   Testimonios explícitos como: "No había hombres que labra­sen la tierra" (Gen. 2. 5); o "A­dán llamó Eva a su mujer, por ser la madre de todos los vivien­tes." (Gen. 3. 20), recla­man una profunda reflexión para lograr la adecua­da com­patibilidad con los innumerables datos que la Antro­pología arqueológica hoy aporta sobre la evolución humana.
   Incluso textos posteriores de la Biblia están reclamando adecuada exégesis, por ejemplo: "Él sacó de un hombre todo el linaje huma­no para poblar toda la super­ficie de la tierra." (Hech. 17. 26); o de otros similares: Sab. 10.1.; Rom. 5. 12 y ss; 1. Cor. 15, 21; Hebr. 2. 11.
   La Antropología clarifica los evidentes vínculos entre los pueblos y las razas, entre los fósiles africanos, los de China o los hallados en los Andes, en Atapuerca de Burgos o en Kenia. Cualquier postula­do religioso o ético que prescinda de estos yacimientos quedará, como es nor­mal, desprotegido de garantías hu­manas y pocas adhesiones puede con­seguir en personas medianamente cultas o cultiva­das.
   Y lo mismo que se puede deducir en este terreno acontece en otros relacionados con el ser humano: raza, inteligen­cia, familia, propiedad, sociabilidad. Por ejem­plo, el color de la piel no llega a más allá de 20.000 años de antigüe­dad de los 800.000 que puede considerarse la as­cendencia inteligente el ser humano.
   Cerrar los ojos a la Antropología es conducir los postulados religiosos al terreno de la mitología.

   2. Igualdad de los hombres

   Un principio radical de la Antropología y de la Teología es la igualdad de los hombres. Debemos reconocer­nos todos iguales y sentirnos llamados a vivir y caminar juntos en la tierra. Es la única manera de ser hombres.
   La ciencia antropológica nos ayudará a no separarnos en cas­tas, gru­pos, clases, desde una mirada radical, aunque des­pués seamos testigos de tantas discor­dancias que nos debilitan el sentido de nuestra humanidad. Una Antropo­logía inteligente de­tecta los he­chos y los des­cribe (Antropología descriptiva) o los razona (Antropología filosófica.
   Una cuestión básica en el cristia­nismo es la contundente afirmación de la igual­dad humana. El reco­nocimiento de que todos los hombres somos iguales ante Dios es previo a todos los demás postu­lados que tienen por centro al hombre. Cualquier discriminación resulta ofensiva para las personas, pero sobre todo se opone frontalmente a las comunicaciones y a los planes de Dios.

    2.1. Existen diferencias

    La exploración antropo­lógica del hom­bre lleva a la conclusión de que el mun­do está lleno de cla­sismos:
    Hay multitud de paradigmas sociales: ricos y pobres, fuertes y débiles, cultos y analfabetos, campesinos y urbanos, triunfadores y derrotados.
     ¿Cómo se armoniza esta realidad con el hecho cristiano del amor fraterno en función de la igualdad ante Dios?
   - Resulta hiriente la división en razas, como si el color de la piel o la configura­ción ósea del cuerpo tuviera algo que ver con la dignidad del alma y con la llamada divina a la salvación.
   Con frecuencia nos sentimos encasti­lla­dos en un grupo racial. No cabe nin­guna distan­cia ante los ojos de Dios por el tipo de cabello o por los aminoácidos de nues­tros tejidos.
   - También es desagradable ver las diferencias sociales de los sexos y la discrimina­ción que, en muchas culturas, se hace de la mujer. Parece, a veces, como si la delicadeza y la actitud ética fueran más propias de la mujer y como si el varón tuviera más licencia para dejarse llevar por los instintos. Sin embargo nada en la naturaleza dice que el mando es patrimonio mascu­lino y la obediencia corres­ponde más al sector femenino.
  - Otros muchos factores dividen a los hombres: ideas políti­cas, creen­cias reli­giosas, niveles culturales, profesión, trabajo y oficio, situación social.

   2.2. No es cristiano discriminar

   Sin embargo ninguna discriminación es aceptable. El mensaje cristiano fue siempre claro en torno a la unidad. Para el Evan­gelio todos los hombres son iguales ante Dios. Todos los hijos son iguales ante su Padre, sobre todo si el Padre es Dios.
   San Pedro escribía: "Vosotros llamáis Padre a quien trata a todos sin favoritis­mos y según su comporta­miento; por eso no debéis ir jugando con vuestro destino eterno...  Mirad que habéis nacido, no de un padre mortal, sino de un inmortal, que tiene palabras vivas y permanentes" (1 Pedr. 1. 17 y 24)
   Santiago añadía: "No es dejéis llevar de discriminaciones, porque en­tonces cometéis pecado y la ley os acusará de transgresores." (Sant. 2. 9)
   Y Juan daba la razón de la unidad de los cristianos: "Qué amor tan inmenso ha tenido el Padre, que nos proclama y hace hijos suyos a todos. Que todos somos hijos de Dios, aunque el mundo no sepa quiénes somos" (1 Jn. 3.1)
  La Antropología nos ayudará a situar­nos ante las diferencias, y nos abrirá la puerta para fundamentar en la naturale­za lo que habremos de confesar por la conciencia.

   3. Singularidad del hombre

   Otra ayuda importante nos ofrece la ciencia antropológica. Ella termi­na coin­ci­diendo con el pensamiento cris­tiano, al advertir y defender con contundencia que el hombre es idénti­co en todas las épo­cas y en todos los yacimientos en que explora sus primiti­vos comporta­mien­tos vitales.
   El cristiano sabe que el hombre ha sido creado por Dios con un cuerpo y una alma que constituyen realidad única. El hombre es persona. Es la síntesis del cuerpo, que al morir se des­truye, y del alma, que sobrevive después.
   Ni se puede considerar al cuerpo como ser malo que arrastra al hombre al pecado y al alma como espíritu limpio que lo impulsa al bien. Es cierto que tenemos una duali­dad, pero nos somos dos reali­da­des. Nues­tra naturaleza condensa en la unidad de persona lo material y lo espiri­tual, pues Dios lo ha querido así.
   La ciencia antropológica descubre cómo una abundante cadena de fósiles humanos habla de la millonaria evolución de ese ser que termina sien­do inteligen­te. Y resulta compatible con la idea cris­tiana el que, en cierto momento de esa cadena, Dios determinó hacer al hombre: a ese "limo o barro de la tierra", un ser "a su imagen y semejanza".
   El Concilio Vaticano II decía, en alu­sión a esta dignidad natural maravillosa. "Uno en cuerpo y alma, por su misma condi­ción corporal reúne en sí los elementos del mundo material y espiritual. De tal modo es así que, por medio del cuerpo, estos elementos alcanzan su cima y elevan su voz para la libre ala­banza del Creador.
   Por consiguiente, no es lícito al hom­bre despreciar la vida corporal, sino que tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por Dios y ha de resucitar en el último día."          (Gaudium et Spes 14)

   4. Dualidad de sexos

    La Antropología enla­za con la Biología evolutiva y explora la bisexualidad humana. Es un rasgo constitutivo de la esencia humana, no sólo un instrumento natural de fecundidad y proliferación de la especie.
    Sorprende el análisis de cómo fue orga­nizán­do­se la reproduc­ción a partir de las cade­nas bisexuales de los seres primi­tivos. Y es interesante detectar el instin­to de reproducción cada vez más com­ple­jo, desde la simple copulación de los seres vivos más primarios hasta el amor responsable de los seres hu­ma­nos. Indudablemente entre el sexo animal y el humano hay una diferencia esen­cial, no simplemente gradual, a despecho de las actitudes hedonistas.
   Y al igual que acontece con el instinto reproductor, la antropología enseña cómo surgieron otros cauces de expresión humana. Entre ellos, es hermoso el estudio evolutivo de las normas positiias y de cómo fueron regu­lan­do los ins­tintos primarios y diversos: el de pose­sión con leyes de propiedad, el de agre­sividad con leyes de conten­ción, el de la activi­dad productiva con leyes de traba­jo, el de significa­ción con hábitos de reflexión y cauces de representación democrática.
    Para el cristianismo, el origen del hombre está en la voluntad creado­ra de Dios. Sólo por amor fue creado el hombre y colado en la tierra para que "la trabajara y fuera señor de ella" (Gn. 1. 26-27). Y re­cuerda cómo Dios creó al hombre en forma de varón y de mujer y quiso que, de la unión entre ambos, se extendiera el género humano. Hizo del atractivo entre los sexos la fuerza arro­lladora para llenar el universo de nuevos hombres, capaces de conocer y amarle.
   La relación intersexual evolucionó con los tiempos y con los ámbitos. Con fre­cuencia estuvo matiza­da por las creencias religiosas, por usos establecidos o, inclu­so, por intere­ses de los más fuertes. Durante siglos y en casi todas las culturas, la mujer quedó relegada y dominada por el varón. Pero se fue moderan­do la dependencia femenina, a medi­da que los pueblos progresaron en cien­cia y cultura, en ética y estética, y llegaron a reconocer la igualdad de los dos sexos y a exigirla en todos los órdenes: el la información, el de la libertad, el del trabajo, el de la cultura, etc.

    5. Necesidad de trascendencia

    Al haberse hecho el hombre inteligen­te por evolución natural, o por don crea­cional como dice el cristianismo, se sien­te diferente de los meros animales y sospecha que otra vida le espera cuan­do el cuerpo se le destruye por la enfer­me­dad o la muerte. Hay algo que hace aspirar al miste­rio superior. San Agustín dice en sus Con­fesio­nes: "Nos hiciste para Ti, oh Dios, y nuestro cora­zón siempre anda inquie­to hasta que des­cansa en Ti" (Lib. 1. 1)
    La Antropología admira cómo todos los grupos humanos han desarrollado formas de culto, creencias y comporta­mientos, en función de las divini­dades aceptadas; y cómo han elaborado sig­nos de sus cree­ncias, con multitud de ído­los, totems o emblemas religiosos; y, sobre todo, cómo han tratado a sus muer­tos, con la esperanza de que lleven una vida poste­rior de felicidad. El cristianismo aporta la más bella de las explicacio­nes de la trascendencia.
   El hombre fue creado en estado de amistad divina. Dios le dio desde el prin­cipio el regalo de su gracia. Fue el hom­bre el que rompió el plan de Dios y se rebeló. Libre como era y dotado de inteli­gen­cia, se alejó del amor divino.
   Siempre ha sido un misterio el hecho del pecado original, por el cual los hom­bres se apar­ta­ron del plan de Dios. Fue una ofen­sa que comprometió a todos los hombres nacidos de los prime­ros padres pecado­res.
   La Antropología descubre la concien­cia colectiva de culpa y las reacciones hu­manas de expiación y de temor, sin poder explicar más. El cristianismo va más allá y anuncia las cosas, los modos y las consecuencias. Dice que Dios quiso, por misericordia, regene­rar y rescatar la obra predilecta de sus ma­nos que se había alejado de su plan inicial.
   A la dignidad de creado por amor, el hombre añadirá la categoría de redimido, de rescatado, también por amor. Bien podía decir San Pablo en una de sus cartas: "Cristo murió por nosotros, que éramos peca­dores. ¿Puede haber mayor prueba del amor que Dios nos tie­ne? Y ahora que Dios nos ha rescatado a todos por medio de Cristo, ¿no vamos a quedar libres de todo casti­go por medio del mismo Cristo? Si, sien­do enemigos Dios se acor­dó de nosotros y nos re­concilió por la muerte de su Hijo, ahora que estamos en paz con El, ¿no vamos a salvarnos haciéndonos partici­par de su propia vida?  El mismo Cristo, artífice de la obra de la reconci­liación, nos hace sentirnos en plena alegría ante Dios.
    Que si un hom­bre introdujo el pecado en el mundo y, con el pecado, la muerte.., la gracia de Dios, hecha don generoso en otro hom­bre, Jesucristo, se volcó en nosotros con mucha mayor abundan­cia que antes".  (Rom. 5. 12-16)

  6. Interrogantes y respuestas

   Los interrogantes antropológicos se multiplican cuan­do se estudia el origen y el destino del hombre. Y la Antropología trata de entender cómo han surgido las situaciones que los generan y cuáles pueden ser las respuestas que satisfa­cen la conciencia humana. Sin las bases antropológicas, las afirmaciones religio­sas no dejan de ser "suposiciones" o meras intuiciones.

   6.1. Los interrogantes

   El antropólogo busca respuestas a preguntas claves: ¿Es el hombre, como parece, un animal evolucio­nado, en el cual la inteligencia es simple organización de un cerebro más desarrollado...? ¿Podría un ma­mífero superior actual evolucionar natu­ral o estimuladamente hacia esa situa­ción de inteligencia? ¿Qué significa en la terminología moder­na que el hombre tiene alma?  ¿Qué es el alma? ¿De dónde viene y cómo se vincula al cuerpo? ¿Por qué son iguales todos los hombres? ¿No forman diferentes las razas? ¿Desde cuándo los hombres están ac­tuando inteligentemente sobre la tierra ¿Eran hombres los antropoides primitivos?
    La cadena de interrogantes antropoló­gicos es intermi­nable, pues el hombre, que es inteligen­te, puede poner en tela de juicio todo. De hecho siempre ha estado formu­lando teorías y supuestos, interrogantes y res­pues­tas, opinio­nes y dudas, sobre su origen, su destino, su natura­leza, su situación, etc.
   El Cardenal H. Newman decía: "¡Oh hombre! Eres mezcla de cielo y tierra. Eres majestad empequeñecida hasta la bajeza. Eres flor fragante convertida en semilla ponzoñosa. Eres indignidad dis­frazada de una valentía aparente. Eres fragilidad que se doble­ga ante la fuerza. Nunca te hallas más cerca del crimen y del deshonor que cuando has coronado una empresa llena de fama".   (Drama de la an­cia­ni­dad) 24)

   6.2. Las respuestas.

   Y las respuestas se han ido contraponiendo o completando a lo largo de los tiempos, sin terminar nunca de ofrecer una que llene de satis­facción a todos y que pueda considerar­se como definitiva.
   El humanismo ha resaltado siempre la figura del hombre hasta convertirlo en el centro del universo. El hombre, para los griegos, es la medida de todas las co­sas. Para los humanistas del Renacimiento es la referencia de toda realidad. Para los huma­nistas actuales, es la razón de ser de todo lo existente.
   Muchos sistemas o pensamientos sobre el hombre condicionan los diversos estilos de Antropología que se han suce­di­do a lo largo de los siglos: materialismo y evolucionismo biolo­gista, espiri­tualismo, existencialismo, naturalis­mo,  pesimismo, positi­vismo, pragmatismo, nihilismo, etc. Muchos "ismos" más han diversificado tanto los interrogantes que resultaría enciclopédico el sólo intento de sistematizarlos. Todos coinciden en que el hombre genera mil pre­guntas y demanda otras tantas respuestas.
   Decía Lamartine: "Nuestro crimen no es otro que preten­der alcan­zar la sabi­duría y la ley que preside nuestra exis­tencia es ignorar y servir. Estas pala­bras son duras y yo he duda­do mucho de ellas. ¿Por qué retroce­der ante ellas?  Los títulos mayores que tenemos ante Dios es ser criaturas suyas y nuestra grandeza está en aceptar y sentir esa divina esclavitud". (Medi­taciones Poéticas. 43)

   7. Origen y realidad.

   Debemos recordar, con todo, que el eje de la Antropología se halla en dar respuesta a los interrogantes sobre el origen y la vida del ser humano, así como el pensamiento cristiano tiene su ideal en clarificar el presente y prever el futuro.

   7.1. De dónde viene el hombre

   Es fácil decir que el hombre viene de Dios y que ha sido creado por El.  Pero ¿cómo se armoniza esta creatividad cósmica, metafórica, con la creación teológica? ¿Cómo se armonizan los relatos de la Biblia y las dudas de algunos antropólogos creyentes, con los datos fríos y objetivos de los yacimientos de los arqueólogos y de los científicos? Es evidente que antropológica y arqueológicamente hay un lenguaje que no se ajusta a la postura creacionista de estilo babilónico o egipcio, que es lo que late en las metáforas bíblicas.
   Dios configura del barro terreno la figura del hombre y le sitúa en el universo en forma de varón y mujer. Pero el antropólogo le descubre fosilizado hace medio millón de años en China o en Heidelberg. Y el Teólogo le contempla vivo, actual, reflexivo, libre, social y ca­paz de optar entre el bien y el mal.
   La interpretación de un evolucionismo providen­cialista es la que, a la luz de los trabajos científicos, puede hacerse com­prensible para el hombre de hoy: para el estudiante que maneja los datos de sus libros de texto; y para el espectador de mil seriales de televisión o video, que recogen y divulgan lo que los científicos afirman.
   Por eso un educador de la fe cristiana no puede dejar de reflexionar a la luz de esos textos escolares y de esos seriales audiovisuales y aprender a manejarse con elementos cosmocéntricos y antropocéntricos adecuados, si quiere mantener comunicación con sus destinatarios.
   Y debe ponerse a igual distancia entre la credulidad mítica y el escepticismo ar­queológico. Tan lejos está de la serena verdad si sólo acepta los relatos literales del Génesis como si se polariza en los datos de darwinismo o del biologismo arqueológico. Lo que no debe nunca hacer es reducirse a ver en el hombre el resultado  evolutivo de un mamífero superior, sin referencia a variables trascendentes, que son las que definen la realidad del ser inteligente puesto por Dios en el mundo.
 
  7.2. Su situación en el mundo

   El destino del hombre en el otro mun­do es objeto de la Teología. Pero la misión del educador es enseñar a vivir a luz de criterios firmes y precisa aprender a hablar a un habitante de este mundo. Es lo que le enseña a hacer la Antropo­logía.
   El hombre se siente hambriento de supervivencia y de eternidad. Mientras mira el origen con curiosidad y su naturaleza con más o menos interés, su destino le provoca inquietud. Pero mientras su final llega, se preocupa por la vida, por la sociedad, por el progreso y quiere situarse en el mundo presente y construirlo de la mejor manera posible.
   Por eso la Antropología le ayuda a entrar en terrenos de reflexión imprescindible y constructiva en campos como el trabajo, la solidaridad, la convivencia, la paz o la libertad.
   Su vida presente será de una u otra forma lo que sean sus criterios, no sólo sus creencias o sus sentimientos. El mundo que le rodea le interpela para que actúe para hacerlo más justo, más sano o más pacífico. Sus relaciones con los demás hombres deberán adaptarse a los postulados de una conciencia ilustrada.
   La explicación cristiana sobre el hom­bre no se quedará en meras argumenta­ciones especulativas sobre su origen, naturaleza y destino. Planteará cuestiones más profundas y comprometedoras.
  - Si es consciente de que posee inteli­gencia, libertad y voluntad, se pregunta­rá: ¿Cómo se puede ponerlas al servicio de formas de vida nobles y elevadas?
  - Si es responsable de su propia vida, se interrogará: ¿Por qué se ha hecho el mundo tan inhóspito y se multiplican tantos ­ries­gos y enclaustra­mien­tos?
   La Antropología ayudará a iluminar esos interrogantes y hará sólida una res­puesta "cristiana" a estas cuestiones, que no se resuelven sólo con la estadística y la descripción de los hechos, sino que con compromisos operativos.
   Entre ambas formas de respuesta: la antropológica científica y la creyente cristiana, se debe producir una simbio­sis fecun­da que lleve al hombre por las mejores veredas del desti­no y del pro­gre­so.

   8. Visión cristiana

   Elevado a la categoría de "señor del universo", el hombre no puede ser estu­diado sin más como un objeto de cien­cia. El transciende la ciencia, pues es el único ser del universo que goza de la prerrogativa de la libertad y de la con­ciencia de su propia dignidad.
   Así lo ha querido el eterno "Se­ñor del universo", al crearlo como figura a su imagen y semejanza. No es una criatura más en el con­junto de las maravillas que pueblan el universo.
   El hombre es otra realidad. San Juan Crisóstomo decía: "¿Qué otro ser ha venido a la exis­tencia ro­deado de tal considera­ción? El hom­bre, grande y admirable, figura viviente, más precioso a los ojos de Dios que toda la crea­ción es el Se­ñor del mundo. Para él existe el cielo, la tierra, el mar y todo el universo. Dios ha dado tal importancia a su salva­ción, que no ha dudado en enviar para ella a su mismo Hijo único. No ha duda­do en hacer todo lo posible para que el hom­bre subiera hasta El y se sentara a su mis­ma derecha."    (Serm. 2.1)

   8.1. Originalidad humana

   La originalidad que le confiere su elevación supone para el hombre una res­ponsabilidad en tres direcciones:
   - En la dirección cósmica y más material. Tiene que lograr construir un mundo mejor que el que ha encontrado en su camino. Dios le ha dado un mundo para trabajarlo. Debe investigar, descubrir, dominar, ser señor de la tie­rra.
   - En la dirección social. Debe vivir con otros hombres y relacionarse con ellos, como habitantes de la misma casa y colaboradores en la misma empresa, sin egoísmos, predominios ni arrogan­cias.
   - En la dirección espiritual. Su misión es elevarse a niveles éticos, a riquezas estéticas, a las grandezas que están por encima de la naturaleza. Ha sido hecho capaz de pensar, de amar y de sentir por encima de la materia.
   Mil años antes de Cristo, el Salmista lo decía con sor­presa: "Cuan­do contem­plo el cielo, obra e tus ma­nos, la luna y las estrellas que has creado, me digo: ¿Qué es el hom­bre para que te acuer­des de él? Lo hiciste un poco menos que un dios y lo coronaste de gloria y dignidad... Le diste el mando sobre las obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies."   (Sal. 8. 4-7)  El hombre tiene que ser protagonista de su propio camino. Es el único ser libre que existe en el universo.

    8.2. Dignidad del hombre

   En el Catecismo de la Iglesia Católica se dice sobre el hombre: "Dios creó al hombre a su imagen y seme­janza; y lo creo hombre y mujer”  (Gen.1.27).
   El hombre ocupa un lugar único en la creación, pues ha sido he­cho a imagen de Dios. Sólo él está llamado a partici­par por el cono­ci­miento y el amor, en la vida de Dios. Para este fin ha sido creao y esta es la razón fundamental de su digni­dad.
    Por haber sido hecho a ima­gen de Dios, el hombre tiene la dignidad de persona. No es sólo algo, sino al­guien. Es capaz de conocerse, de po­seerse, de darse libremente y de entrar en comunión con otras perso­nas. Es llama­do, por la gracia, a una alian­za con su Creador, para ofrecerle una respues­ta de fe y amor que ningún otro ser puede dar en su lugar". (Gau­d. et spes 356-358)
   El pensamiento cristiano tiene también una clara perspectiva sobre el hombre, pues se apoya en lo que dice la Palabra de Dios y en lo que siempre ha enseñado el Magisterio de la Iglesia y ha transmitido la Tradición. Pero explora lo que dicen todos los hombres de buena voluntad. Muchos desde fuera del cristianismo han visto en el hombre el ser estable, armónico, pro­gresivo, fiel y responsable. Decía Confucio: "El que ante la ganancia pien­sa en la justicia, frente a los peligros es capaz de ofrecer su vida y, tras largos años de vida, es capaz de mantener las promesas que hizo en la juventud, es que ha llegado a la perfec­ción en cuanto hom­bre."   (Diálogos 14. 13)
   Sin una buena base antropológica, frían y objetiva, esta visión no resultaría posible. Sólo se le vería como una flor más Paraíso, más perfecta, pero al fin y al cabo flor.

   8. 3. Creado para la salvación

   El hombre no ha sido hecho para quedarse siempre en este mundo. Está destinado para la salvación, es decir para vivir en una vida interminable y bienaventurada después de su paso por esta tierra.  Esa vida es el regalo de un Dios lleno de misericordia y lo añade a su característi­ca esencial de ser libre e inteligente.
   En la vida presente ejerce sus operaciones mentales morales. Siente y elige entre el bien y el mal. En cuanto hace cosas buenas, consigue el mérito de ellas; o en cuanto prefiere hacer el mal, merece el castigo divino. Y el Creador, como Ser Supremo y Justo, no dejará de retribuirle con el premio o el castigo de sus actos.
   La libertad humana, de la que el hom­bre es consciente, llevó en todos los tiempos a pensar en un lugar de premio y un lugar de castigo para el hombre.
   La Antropología descriptiva también se interesa por los pensamientos y por las creencias de los hombres. Y cuando se combina con el pensamiento cristiano, ayuda al hombre a hacerse consciente de que tiene en sus manos su destino eterno, no sólo su vida temporal.
   Esto le convierte al hombre en un ser con responsabilidad impresionante, que él mismo debe admirar, agradecer y en cierto sentido temer.

 

    

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